El martes pasado un par de adolescentes empoderados y embrutecidos por la rabia del poder agredieron brutalmente a Daniel, un chico transexual que paseaba a su perra por las calles de Granada. Sí, un nuevo caso de transfobia: el más común y cruel de los odios hacia la otredad, una de las agresiones más frecuentes y silenciadas. Porque dentro del odio a las mujeres, está el odio hacia las mujeres trans, o hacia los hombres trans, quienes, para estas mentes ignorantes, no vienen a ser otra cosa que “mujeres que quieren convertirse en hombres”, o sea, «esas mujeres que pretenden traspasar la línea de su inferioridad y ostentar la categoría de los reyes del mambo: la del hombre, la del sexo fuerte”.
Sí, así funcionan las mentes que creamos, así razonan estos adolescentes que educamos. Y hablo en masculino porque estos ataques violentos (físicos y verbales, pero sobre todo físicos) de odio son realizados, en su gran mayoría, por chicos, por hombres, a quienes ya nos hemos encargado de educar en la violencia.
El sistema capitalista trata los genitales como la religión trata a dios: no se ven, pero lo rigen todo. Nunca he entendido cómo algo que con tanto pudor ocultamos representa el eje de un sistema social, de la división entre sexos. Según este sistema, nuestra sociedad está compuesta por personas que vienen dividas en dos clases al nacer: hombres o mujeres. A unos y a otras se les otorga un rol, un espacio y unas tareas dentro de la sociedad según el sexo. Hasta aquí todo claro, lo único que nos falta ahora es determinar qué supone ser un hombre y qué, una mujer. Pues El Sistema establece que, en cuanto al sexo, hombre es igual a pene y mujer, a vulva. Y, en cuanto al género, las mujeres tienen sus tareas y los hombres, las suyas (no me voy a dilatar en algo que ya conocemos). De esta manera “tan sencilla” sentamos la base del sistema hegemónico por el que se rige nuestra sociedad: el sistema capitalista y patriarcal.
Comienza aquí una larga batalla que va camino de convertirse en la III Guerra Mundial. ¿Por qué? Sencillo también: NO ENCAJAMOS. Y el problema ni siquiera es que no encajemos: el asunto es que el binarismo sexo/género educa a guerrerxs del sexo y del género y les enseña a luchar y a combatir por salvaguardar dicho sistema; se les inculca odio hacia quienes no son iguales y, por tanto, miedo y temor a que su burbuja (su sistema hegemónico que tan bien los cobija) se tambalee. El otro, la otra, son siempre lxs enemigxs. No se les transmite algo tan importante para la convivencia como la empatía.
Pues siento decirles a lxs defensores y a lxs soldados de este sistema, que ser mujer no implica necesariamente tener una vulva entre las piernas; ni ser hombre, tener un pene. Ser hombre o mujer es una lectura corporal. A mí me leen allí donde voy como mujer, porque ese es el texto corporal que yo he elegido para mis lectorxs (para lxs otrxs): nadie me lee mujer porque me vaya bajando los pantalones y enseñando la vulva por doquier. Nadie, excepto mi madre, mi padre y quienes han mantenido relaciones sexuales conmigo, sabe qué tengo entre las piernas. ¡Qué más da! ¡Qué tanta importancia puede tener! Afortunadamente, cada vez más, esa diferencia se va diluyendo y el género se va fusionando, o expandiendo, o desapareciendo: como quieran interpretarlo.
Por favor, estamos asesinando. Sí, estamos creando asesinxs y, por tanto, somos cómplices de las agresiones y asesinatos. ¿Dónde diantres está la Consejería de Educación de cada Comunidad Autónoma, la Junta de Andalucía (en este caso), el Ministerio Estatal de Educación? ¿Hacia dónde están mirando, en qué andan entretenidxs? ¿Qué están haciendo para prevenir y combatir estos episodios de odio? Ya no lxs adultxs, no: ¡nuestrxs jóvenes están agrediendo y asesinando a sus iguales por el mero hecho de ser diferentes! Estamos creando monstruos, que lo sepan. Y no es porque los adolescentes que atacan, agreden y asesinan a otrxs adolescentes, hayan nacido monstruos, no. Nadie es un monstruo al nacer: lxs educamos así. Este sistema continua educando para matar. Porque no quiere ver que el machismo mata, y la lgbtifobia y el sexismo son hijos fieles del machismo, del patriarcado. Ahora entiendo cómo el alumnado diferente nos mira con esos ojitos a quienes somos guerrillerxs de la Coeducación en las aulas y en los centros; ahora comprendo esas miradas de agradecimiento profundo, como quien se dirige a alguien que les está salvando la vida. Miren por dónde, pues sí: quienes nos dedicamos a la Coeducación, salvamos vidas.
No me cansaré de decirlo: la socialización de género mata. El binarismo de género en el que basamos la educación de cualquier ser humano que nazca puede llegar a ser tremendamente destructivo. El género es una construcción social destructiva, maquiavélica. Siento desmontarles el chiringuito, pero no existen tan solo dos géneros: existen muchos más, tantos como personas pueda haber. Lo mismo ocurre con el sexo: no existen dos sexos únicamente, existen otras muchas variantes. Y esas personas existen, forman parte de nuestras vidas, de nuestro entorno. No pueden eliminarnos del mapa a quienes no encajamos y, además, nos negamos a encajar. Me niego a encajar en un sistema asesino.
Hoy hablo con rabia, porque me viene el recuerdo de tantísimas personas transexuales a quienes el sistema ha violentado, vejado y llevado hasta el límite de arrebatarse la vida. Total, ya estaban muertxs en vida.
Palizas, golpes, patadas, azotes, hematomas, apaleamiento, contusiones por todo el cuerpo, órganos dañados, huesos rotos, traumatismos craneoencefálicos, pérdida de ojos y de vista… Violaciones con palos, con puños, con penes; violaciones anales y vaginales. Insultos. Miradas intimidatorias, de odio, de asco. Sí, personas vejadas y despreciadas hasta cotas inhumanas. Agredidas por tantxs, marginadas por la mayoría, ninguneadas y amenazadas por toda la sociedad. Al completo.
Mientras se siga trantando la transexualidad como una patología, las personas trans seguirán condenadas a la discriminación más cruel y despiadada. Las personas transexuales no viven encarceladas en su propio cuerpo: la única cárcel que habitan es una sociedad enferma y tránsfoba. Urge unir las voces para exigir que se elimine la transexualidad como patología y para que las personas trans puedan cambiarse el nombre y el sexo del DNI y construir una identidad propia e intransferible. Urge una medida saneadora que nos devuelva lo humano del ser.
No puedo con tanto odio. Las vidas de nuestro alumnado trans y de las personas trans en general están en jaque y a nadie parece importarle la vida de quien es diferente. Me declaro una guerrera ante el género, y no pienso parar hasta deconstruirlo, hasta derogar este sistema binario que nos asesina y, cuando no, nos mata cada día un poco más.