“La solución mágica para acabar con la violencia de género y reside en la Educación”, se precipita a decir buena parte de la sociedad. Pues mire usted, depende de qué educación hablemos: desde luego la que estamos ejerciendo, parece ser que muy mágica no es. Y eso a pesar de que en la última década se han redactado leyes en pro de la igualdad, como la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, en la que se pone de manifiesto que “el sistema educativo incluirá, dentro de sus principios de calidad, la eliminación de los obstáculos que dificultan la igualdad efectiva entre mujeres y hombres y el fomento de la igualdad plena entre unas y otros”.

Hoy en día no tenemos siquiera que acudir a las fuentes oficiales,  basta echar una mirada alrededor y darnos cuenta de que la crisis nos ha llevado a un retroceso. La reacción del patriarcado ante ella ha sido de rearme, “de volver a ocupar los puestos”, de tornar a lo conocido, a lo seguro. Pero, ¿lo seguro para quién? Los datos son alarmantes: un tercio del alumnado de los últimos cursos de Primaria es víctima de acoso, un 84% de los delitos contra la libertad sexual en jóvenes se cometen contra las chicas; entre el 70 y el 80% del alumnado LGB (lesbianas, gays y bisexuales) escucha su orientación afectivo-sexual como insulto en su centro educativo; según el INE, del 2011 al 2015 ha habido 2.562 chicas menores de edad que han denunciado violencia de género y cuentan con medidas cuatelares. “¿23, 24, 25…?” mujeres asesinadas en dos meses –me pregunto qué reacción tendría la política nacional e internacional si en lugar de mujeres fueran políticos, futbolistas u obispos–.

Se me ocurre que algo estaremos  haciendo mal, que al menos un ejercicio de autocrítica por nuestra parte merecen nuestras generaciones más jóvenes; como mínimo, por parte de la comunidad educativa. ¿Educación? No, a la vista está que no: Co-e-du-ca-ción, se llama. Coeducar para la igualdad es el punto de partida para la consecución de una ciudadanía comprometida y participativa, que asuma sus decisiones, derechos y corresponsabilidad.

No inventamos nada nuevo, basta con hacer memoria histórica y acercarnos a las grandes maestras de la Coeducación: esas maestras que han sido y serán las precursoras de la lucha por la igualdad en las aulas de Infantil, Primaria y Secundaria.

María de Maeztu pudiera ser un buen punto de partida. Reconozcamos la labor de una pedagoga de su talla, de quien impulsara y presidiera el Lyceum Club Femenino, fundado en 1926 para aportar a la sociedad madrileña un lugar en el que las mujeres accedían por primera vez a una plataforma cultural que las tenía en cuenta. María de Maeztu hizo posible que las mujeres españolas se liberasen y abrieran ante sí nuevos horizontes. “Soy feminista –decía–. Me avergonzaría no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar como persona en la obra total de la cultura humana”.

Tras esta gran maestra ha habido y hay otras grandes maestras que han llevado la Coeducación a los centros educativos y que merecen sin duda el mismo reconocimiento. Encontramos, por ejemplo, a María José Urruzola Zabalba (1941 – 2006), quien fuera Técnica en Educación y en Coeducación por el Gobierno vasco. María José nos invitaba como docentes a reflexionar sobre qué modelo de personas y de sociedad queremos construir y, en función de esta reflexión, poder diseñar nuestra metodología en las aulas con el alumnado. ¿Queremos seguir creando héroes y princesas y alimentando los cimientos de la violencia de género o bien apostamos por educar a personas libres y autónomas, independientemente del sexo, capaces de establecer relaciones igualitarias?

Los datos son alarmante, sí, las adolescentes conocen la violencia sexual y de género en edades cada vez más tempranas. Y nos resulta tan desagradable, que muchas veces preferimos no verlo ni reconecerlo. No hay duda de que hemos avanzado con respecto a hace cuatro décadas; sí, vamos conquistando terreno a la igualdad, pero nos queda aún mucho camino por hacer. La experiencia profesional me dice que es primordial incluir la Coeducación como filosofía y metodología de enseñanza-aprendizaje, así como la diversidad afectivo-sexual y de género de manera transversal en los currículos de las asignaturas, ya que, en la medida en que visibilicemos y demos voz a esa mitad de la ciudadanía excluida de los libros de texto –las mujeres– y en la medida en que se atienda la diversidad del ser humano, el alumnado específico de cada aula encontrará un espacio saludable en el que desarrollar su propia identidad, establecer relaciones igualitarias desde el respeto y proyectar su propio futuro sin condiciones ni prejuicios de género.

Fuente: Artículo de Opinión para el periódico EL DÍA, 8 Marzo 2017