Llevaba pensando en este tema hace ya más de tres meses. Fueron varios los desencadenantes que me llevaron a reconocer (a verbalizar, que nunca es fácil) que sentía heterofobia. Y que la he ido interiorizando durante muchos años. Esos desencadenantes fueron varias situaciones cargadas de machismo que sufrí en primera persona y me afectaron de manera considerable. Estallé. Harta, cansada, hastiada. Sí, llena de rabia también. Mucha rabia.

A raíz de mi artículo de MíraLes hace apenas dos días, he recibido varios mails y wasaps en los que se me pregunta porqué he sido tan suave. Pues supongo que reconocer la fobia hacia otro no es fácil, mucho menos cuando somos continuamente víctimas de fobias. Pareciera como si tuviéramos que “predicar con el ejemplo”, pareciera como si tuviéramos que avergonzarnos de sentir lo mismo que denunciamos: fobia. Pareciera, en fin, como si mereciéramos la homofobia por sentir ese rechazo a lo heterosexual. Me costó muchísimo hablar y quise hacerlo suavemente, con la poca delicadeza que tengo (o que me queda) para hablar de estos temas; quise que el posible receptor (masculino) pudiera estar receptivo (valga la redundancia) a lo largo de la lectura.

Se han puesto en contacto conmigo mujeres que me han dicho: “menos mal, creía que era la única y no sabía cómo decirlo”.

No, no eres la única, mujer. Claro que no. La heterofobia interiorizada también tiene en mí su residencia. Se irá cuando desaparezca la homofobia. Mientras, estará ahí, de ocupa. Y no porque yo la elija, sino porque no puedo evitar que se me encienda la luz de alarma cuando me planto ante un hombre hetero. A veces, incluso, cuando me planto ante un hombre, sea el que sea. Es difícil de controlar tras 38 años respirando machismo y patriarcado día a día, como mujer y como lesbiana.

Quiero dejar claro que yo creo firmemente en el poder de la educación, porque soy profesora y lo experimento a diario, pero me cuesta horrores aceptar que hombres con cerebro y capacidad para razonar (como personas que son) no sean capaces de utilizarlo para ayudar al cambio. Me resulta increíble que, teniendo en sus manos la posibilidad de enmendar la situación, no lo hagan. Y, peor aún, no soporto verlos utilizar ese poder por comodidad, por ansia de superioridad. O, simplemente, porque sí. Y sé que ellos también son víctimas de la misma educación que yo, pero a nosotras nos ha tocado el peor papel. Y siento rechazo hacia los abusos.

Ah, y no, no es lo mismo una que otra. No comparemos ni las metamos en un mismo saco. La homofobia interiorizada es producto de una educación machista y no hace daño psíquico ni físico a quien la padece; la heterofobia interiorizada es consecuencia de la homofobia y fruto de una discriminación que mata. Para más inri (o mayor escarnio, como guste), la homofobia no está penalizada socialmente; la heterofobia, sí. Obra también del sistema patriarcal.

Y yo estoy harta de pedir perdón por todo. Ya es hora de que nos quitemos ese disfraz de víctima y de que tiremos el miedo a la basura. Que se recicle, que se transforme en algo útil, pero ya está bien de que nuestros pies tengan que pedir permiso para caminar. Ya ven, estoy “algo” cansada de tener que sentirme mal por no soportar a quien pretende humillarme creyéndose superior a mí.

He dicho.