El domingo pasado, con motivo del eterno Día de la Madre, lancé un post en Facebook que rezaba así:
De nuevo el día de la madre. Y cada año la misma cantinela. Pues qué quieren que les diga, no me puedo pasar todo el año reivindicando el Día de las Familias (y renegando del día del padre y de la madre), y luego celebrar tal día como hoy. No puedo, porque necesito ser coherente conmigo misma. Así que no pienso felicitar hoy a ninguna madre. Ni siquiera a la mía. EL 15 DE MAYO celebraremos el Día de las Familias. En Andalucía ya es obligatoria esta fecha en los centros educativos. ¡A ver si tomamos ejemplo! Porque hay familias sin madres, o sin padres, o sin unas ni otros, familias sin hijxs; y todas somos igualmente familias. Así que unifiquemos criterios con coherencia en la vida cotidiana. Ea.
Hubo en muy poco tiempo un número considerable de reacciones y comentarios, señal sin duda de la trascendencia de la figura materna, de la maternidad, de las madres, de nuestra propia madre, de la madre que somos y de la que no somos (social y simbólicamente hablando). Tocar la figura de la madre sigue levantando ampollas, sigue siendo un tema personal y nada político.
De mis palabras algunas dedujeron que yo estaba en contra de quien hubiera felicitado a la suya públicamente o bien que consideraba dicho acto motivo para avergonzarse; otras, manifestaban el placer y el deseo de que, como madre, se las felicitara ese día; otras, rechazaban el día de las familias porque había niños y niñas, así como personas adultas, que no tenían familia; a otras les parecía injusto suprimir o silenciar precisamente el día de la madre; otras decían que por qué no celebrar todos los días o que cada una celebrara lo que quisiera; y así un largo –o al menos significativo– etcétera. Buena parte de quienes participaron en el debate se lo tomaron, al fin y al cabo, como algo personal y no como algo político.
Voy a intentar sintetizar aquí mi posicionamiento.
Creo firmemente que el Día de la Madre nos oprime a todas las mujeres por muchos motivos. No me voy a meter siquiera con la carga capitalista que conlleva, no hace falta resaltar algo tan obvio, porque entiendo que, en un mundo eminentemente capitalista, se llegue a aceptar cierto grado de consumo en beneficio de determinadas festividades y costumbres. Y también porque sin duda confío en la capacidad de las personas anticapitalistas para trasgredir el capitalismo de algunas de nuestras tradiciones sin necesidad de derogarlas. Me voy a centrar en algo más profundo, menos evidente y mucho más dañino.
Para empezar, el Día de la Madre nos oprime a todas las mujeres porque nos reduce a madres y nos exalta como tales. En segundo lugar, porque se perpetua así “nuestro cometido” en este mundo, nuestra mayor virtud social: la maternidad, es decir, el amor incondicional a nuestra familia, la entrega total a nuestras hijas e hijos, quienes se nos adjudican como nuestra mayor razón de existir, como el principal motor de nuestras vidas. En tercer lugar, porque estigmatiza a las madres que no se llevan con sus hijos e hijas, a esxs hijxs que no quieren a sus madres, a esas madres que [ya] no aman a sus hijxs, a esxs hijxs que no tienen nada que agradecer a sus madres, a esas mujeres que nunca desearon tener descendencia y no la tuvieron, a esas mujeres que se alegran de no haber sido nunca madres; etc., etc., etc. Y el problema aquí no está en la experiencia personal de cada unx, sino en lo que supone la figura de la madre en nuestra sociedad actual y lo que supone perpetuarlo a través de este día.
El Día de la Madre nos estigmatiza y nos oprime a todas las mujeres y para debatir sobre ello tenemos que dejar a un lado a nuestras madres por un momento y no tomarlo como algo personal, ya que el Día de la Madre nada tiene que ver con nuestras propias madres ni con nosotras como madre; muy por el contrario, tiene una carga político-aleccionadora muy grande y debería interesarnos qué significado tiene ese día para nosotras a nivel social –no personal–, qué celebra la sociedad exactamente (he conocido a muchísimas chicas para quienes una alegría añadida al hecho de ser madres es que ya por fin podrían ser felicitadas cada primer domingo de mayo; es el reconocimiento de un estatus como mujer; es la entrada a formar parte del “club de las buenas madres”); qué se pretende de nosotras ese día o como consecuencia de él; si es posible utilizarlo como día para reivindicar nuestros derechos a no ser madre; nuestro derecho a no cargar solas con la crianza si hemos tenido descendencia en pareja; nuestro derecho a no ser “buena madre”, es decir, a no ser responsables únicas ni esclavas de la felicidad y bienestar de nuestras familias –yo personalmente no creo que ese día sea el adecuado–.
Vivimos en una sociedad llena de costumbres que nos ponen a prueba continuamente, sobre todo a quienes tenemos el hábito de cuestionar todo lo socialmente constituido, en especial cuando dicha tradición gira en torno a las mujeres.
Hubo compañeras que hablaron de una búsqueda de equilibrio personal. Hay a quienes se les hacía cuesta arriba no felicitar a sus madres porque a estas les resultaría muy doloroso una actitud semejante por parte de sus hijas e hijos. ¡Cómo no entenderlo! Y entiendo que si no se puede razonar con una madre por una cuestión de mentalidad proveniente de una educación tradicional arraigada, lo mejor seguramente sea evitar daños gratuitos y felicitarla por el enorme esfuerzo, sacrificio y dedicación que sin duda habrá tenido con su prole. Yo puedo entender que muchas sientan la necesidad de agradecer personalmente y de corazón a sus madres cuanto les han dado, y que necesiten un día para tal acto de agradecimiento; pero, ¿es necesario que ese día sea una fecha marcada e institucionalmente establecida? Entiendo también el sentimiento que pueda venir de nuestras madres, pero no entiendo ni comparto que perpetuemos en línea descendiente estas costumbres que nos oprimen como mujeres.
¿Qué ocurre con el Día de las Familias? Cuando hablo del Día de las Familias, hablo como profesora y desde un punto de vista educativo. Familia no es “mamá” o “papá” o ambos a la vez. Familia no es igual a consanguinidad. Familia ha de ser un concepto muy amplio en donde se incluya a aquellas personas que nos cuidan, a las que cuidamos, que nos quieren y a las que queremos, que nos ofrecen un espacio seguro y lleno de amor. Me parece necesario transmitir un concepto amplio y diverso de lo que es familia a nuestras generaciones más jóvenes; amplio y diverso, pero con tres pilares comunes y fundamentales: seguridad, estabilidad emocional y amor, que es lo que necesitan nuestrxs más peques para crecer y desarrollarse.
Reivindico el Día de las Familias como profesora y coeducadora. Si hay un día para conmemorar el humor, por qué no un día para celebrar la tribu, la familia, nuestra comunidad, nuestra red de afectos. Mientras haya familias que sufran su diversidad yo seguiré reivindicando ese día dentro del ámbito educativo.
Hubo quien comparó la pena de haber perdido a un padre y no poder, por tanto, celebrar ya este día, con el supuesto dolor al que yo hacía referencia por parte de las criaturas que no tenían padres o madres y debían enfrentarse a este día. No es lo mismo ser señaladx por no poder formar parte de una tradición positiva por ser distinto, por no encajar, por carencia; no es lo mismo ser señaladx por no encajar que ser señaladx por no poder celebrar ya más una tradición en la que sí encajaste o de la que sí participaste. Cuando eres peque es dura la soledad de quien es señaladx en el cole por ser rarx o diferente en negativo.
Ahora bien, me aventuro a ir un paso más allá: ¿es necesario un día para celebrar la familia fuera del ámbito educativo? ¿Es necesario darle una festividad a la familia y otorgarle, por tanto, una posición social determinada? Sé que muchas me saltarán a la yugular diciendo que por qué no un día así, que qué mal se hace celebrándolo; sin embargo, creo que también podríamos debatirlo. Mal celebrándolo no se hace a nadie, cada quien puede agradecer a su madre, a su tía o a su vecina los cuidados y el amor recibidos, o bien celebrar la vida o la familia o los encuentros con su gente cada vez que así lo desee. Ahora bien, concederle a la familia un estatus social, ¿podría ser adoctrinador y, por tanto, opresor? Ahí dejo abierto el debate y lanzo una invitación al diálogo.