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He de estar eternamente agradecida al movimiento feminista por haberme salvado la vida, por haberme liberado de las garras de esa secta llamada patriarcado, por haberme dado la oportunidad de dejar de ser borrega y objeto, y pasar a ser sujeto crítico y pensante. Las gafas violetas me ha rescatado de la ceguera más burda y me han permitido luchar activamente contra ese enemigo cruel y sangriento: el machismo. Sí, el movimiento feminista me permite ser mejor persona y sentirme coherente conmigo misma. ¡Todo le debo!

Por eso me cuesta tanto entender nuestra manera a veces de resolver las cosas entre nosotras, compañeras de lucha. Me entristece sorprendernos con ataques viles contra nosotras mismas. Me hace recordar a aquellas personas que son débiles y manipuladas (e incluso, en ocasiones, apaleadas) en lo público, en sus relaciones sociales con los demás, y en sus relaciones más íntimas arremeten contra las personas queridas en un intento por paliar esa impotencia, para suplir esa carencia absoluta de poder fuera de lo privado.

No tenemos bastante con desentrañar el neomachismo socarrón al que asistimos en nuestros días y a lidiar otros frentes que el neofeminismo nos abre, como para encima tirarnos piedras sobre nuestro propio tejado. Es increíble lo perverso que es el sistema patriarcal, lo perfectamente bien que tiene encajadas todas las piezas de su propio engranaje, que son las mujeres mismas quienes se organizan contra las mujeres feministas para luchar por los derechos de los hombres y los suyos propios como si unos y otras partieran del mismo nivel. Ellos no tienen que hacer nada, ya se han encargado de educar a las mujeres para cuidarlos con vehemencia y de manera incondicional. De verdad que, a veces, por mucho que me sepa la teoría, no doy crédito y me invade la tristeza.

Por todas es sabido que soy abolicionista y que me posiciono contra las neomaternidades. No quiero decir con esto último que me oponga a cómo cada quién cuide a su prole (¡hasta ahí podría llegar!), pero sí me opongo a la imposición de una forma de maternidad que – en mi opinión- nos haría retroceder el camino recorrido. En cuanto a la prostitución, soy tajante: ahí sí me opongo radicalmente a la regulación. Sin embargo, ello no quita para que sea plenamente consciente de que la vía para el acuerdo y la convivencia entre las feministas es el diálogo y la comunicación. Si no hablamos entre nosotras, poco o nada podremos hacer. Yo parto siempre de la buena fe de las compañeras, parto siempre de que las compañeras regulacionistas están en la misma lucha que yo: la de la igualdad. El problema en este terreno tan sumamente delicado es que tenemos visiones distintas de una misma situación. Fui, como la gran mayoría, regulacionista en su momento; hasta que lo vi claro como nunca antes lo había visto y, desde entonces, soy y seré abolicionista. Tampoco entiendo la religión como doctrina y/o moral compatible con el ser feminista (y mucho menos lesbiana) y no por ello ataco vilmente a las compañeras feministas que la practican. No dejo de entender el diálogo como herramienta de acción entre nosotras. Me niego a verlo de otra forma.

Sí, me entristece soberana manera el modo en que tantas veces nos atacamos, como si olvidásemos que estamos en la misma lucha, como si olvidásemos que el enemigo está fuera y se llama patriarcado.

Hace apenas diez días, Alicia Miyares hacía este comentario en su muro (copio y pego su reflexión porque me parece interesante. Para refrescar la memoria, estaba en plena esfervecencia el acto de Carolina Bescansa, quien llevó a su hijo al Parlamento):

NEOFEMINISMO: Como parece evidente que algo se ha removido estos días me permito una ampliación de explicación, que se que tampoco va a gustar. Con el comentario en torno a la «Mística de la feminidad» he querido contextualizar lo que he visto y leido estos días en FB y Twitter. Y he visto mucha mistificación, he visto también como se nos quería hacer pasar un gesto de una persona, cuyo apoyo a la causa feminista es dudosa, como si fuera un gesto para vindicar medidas de conciliacion y no fue el caso. Muchas de las personas que han expresado su opinión en foros diversos, no tanto en este, responden al tipo ya descrito por Susan Faludi de «neofeministas» que poniendo la maternidad en el centro están mas interesadas en revisar críticamente el feminismo que en atajar las causas de la desigualdad. El «neofeminismo» tiende a despolitizar la teoría feminista asociándolo a modos vida u opciones sexuales. Las «neofeministas» se amparan en posiciones que defienden un estricto individualismo y recurren de manera constante al mantra de «la libre elección» para justificar acciones que, cuanto menos, son un ataque a la dignidad de las mujeres. Por otra parte recelan del poder en el que incluyen a las feministas que logran detentarlo, no en vano a ellas se debe la expresión «feminismo institucional», usado de modo peyorativo. No comparto su agenda de la custodia compartida, ni la defensa de la reglamentación de la prostitución. Eliminan de su vocabulario el concepto de igualdad que es sustituido por el de diversidad, difuminando así la agenda feminista. Así que me declaro en contra de estas propuestas «neofeministas». Si por expresarlo alguien se siente insultado lo lamento. Pero lo que no voy a hacer, en aras de una pretendida armonía, es engañarme sobre lo que veo y menos aun callarme. Y me alegra que por ello se esté hablando de «neomaternidades». Recomiendo, por favor, la lectura de Susan Faludi, Reacción, escrito en 1980 y la lectura del libro de Ana de Miguel «neoliberalismo sexual» de reciente publicación. Quizá es hora de abordar cuestiones que hemos ido dejando aparcadas.

Tal y como expresé en Facebook, justo la tarde anterior comentaba con una amiga (María Martín) que tenemos que acabar de darnos hostias entre nosotras y de ser tan intransigentes con las compañeras que están «arriba». Y, cuando digo «arriba», hablo de la jerarquía patriarcal, donde necesitamos estar también para ayudar a tambalear el sistema, ya que cuanto más puestos y sectores ocupemos, mayor será nuestro impacto. Hay muchas compañeras que se encuentran dentro de partidos políticos (el que sea o fuera), aguantando dignamente (que no es poco) y tragando muchas situaciones internas con las que no comulgan (ya me gustaría verme a mí o a muchas otras, a ver cuánto íbamos a aguantar con la cabeza fría en pro del feminismo dentro de cualquier partido, al lado de compañerxs quienes, por muchas siglas que compartamos con ellxs, son hijxs del patriarcado y poco les interesan en su fuero interno los derechos de las mujeres).

752-13-1970-womens-strike-for-equality-sm_aSin necesidad de idolatrar a nadie y sin dejar de ser críticas (¡qué duda cabe!), sí deberíamos tener más respeto y confianza (qué rápido la perdemos) para con esas compañeras feministas, sean del partido que sean. Y es que, si en cuanto una de nosotras pone un pie dentro nos dedicamos a cargárnosla, entonces nunca (¡NUNCA!) nos van a escuchar ni a tener en cuenta ni a tomar en serio: les basta con meter a una de nosotras dentro de su partido y dedicarse a ver cómo el resto nos la cargamos. Desolador espectáculo el que tenemos que pesenciar entre nosotras a veces, ¿no creen?

¿Feminismo institucional? De acuerdo, pero tan válido como el feminismo de calle o el académico y no son excluyentes entre sí, ni son incompatibles con los feminismos sindicales, ecofeminismos, transfeminismos, afrofeminismos… Señoras, hemos «conquistado» las instituciones por nuestro propio bien e interés. Si no entramos en la casa del enemigo y hablamos con él, difícilmente llegaremos jamás a un acuerdo; si no actuamos desde dentro, difícilmente podremos avanzar y hacer que se nos oiga. Y no me vengan con que las compañeras de antes ejercían presión desde la calle. Sí, claro, hasta que por fin pudieron poner un pie dentro y comenzaron a luchar desde la calle y desde dentro. Esa lucha costó muchos años de sacrificio, muchas vidas por el camino y mucho dolor, como para andarnos ahora con milongas.

Para mí, todo tipo de feminismos es válido y bienvenido. Todos son dignos de mi respeto en este camino de lucha en el que vamos aprendiendo, deconstruyéndonos y reinventándonos al mismo tiempo que combatimos (¡como para no llamarnos valientes y resilientes!). Todos – repito- son dignos de mi respeto y admiración siempre y cuando sean eso mismo: FE MI NIS MO. Y no una lucha de egos y poderes.

Ojalá supiéramos hacer las cosas de una manera mejor, pero no nos lo ponen nada fácil; aún así, yo me siento sumamente orgullosa de la lucha de las feministas (comparta o no, sus puntos de vista). No todas podemos estar en todas partes, ni en todos los feminismos. Deberíamos unirnos más, enseñarnos más, aprender más las unas de las otras… Ser más benevolentes para con nosotras mismas, apoyarnos, darnos una palmadita en el hombro, arroparnos, cuidarnos, fomentar el debate y la crítica sin devorarnos. No tenemos tiempo para la DESconfianza gratuita entre nosotras. Esa desconfianza es patriarcal.