FUENTE ORIGINAL: eldia.es

Hace unos meses, en noviembre de 2017 y con motivo del Día Internacional contra la Violencia de Género, visité dos institutos de la isla de La Palma para impartir un taller a chicos y chicas de entre 15 y 18 años sobre la construcción del amor romántico y la violencia de género en la etapa de la adolescencia. Como dinámica final para concluir el taller, les conté la historia de Juan y Clara, que decía así:

Juan y Clara tienen 16 años y están enamorados. Un martes cualquiera, la madre de Juan le comunica que ese fin de semana su padre y ella se irán fuera con otra pareja amiga. Juan, al enterarse de que estará en casa solo ese finde, se pone muy contento e invita a Clara el viernes por la noche a pedir una pizza y ver una peli en la intimidad de su casa. Ella acepta encantada sin dudarlo. ¡Qué mejor manera de pasar un viernes por la tarde que abrazados el uno a la otra en la intimidad del salón! -piensan para sí.

Lo cierto es que Juan, después de cinco maravillosos meses de relación con Clara, desea dar un paso más y mantener relaciones sexuales con ella. Lo de la peli y la pizza es en realidad una excusa. Juan y Clara están muy enamorados. Él siente mucho deseo hacia ella y le encantaría que hicieran el amor. Cuando llega por fin el viernes, se sientan ante la tele, pizza en mano. Pronto llegan las caricias, los besos? el amor fluye. Comienzan a quitarse la ropa y, cuando ya están desnudos en el sofá, Clara le pide a Juan que pare, que no quiere seguir.

Hasta aquí la historia. Acto seguido pedí a cada estudiante que me redactara en un papel cuál sería la reacción de Juan a partir de ese momento. Las respuestas eran anónimas, solo tenían que identificarse como chico o chica. ¿Cuál creen ustedes que sería la reacción de Juan? ¿Cuáles suponen que han sido los comentarios que recibí por escrito? Pues muy probablemente, en su mayoría, tanto ustedes como el alumnado que me contestó coincidirán en las respuestas. Al llegar a casa y revisarlas entendí las cifras oficiales: comprendí los 1271 casos de abusos sexuales entre menores registrados el año anterior, así como las 878 chicas menores que solicitaron órdenes de protección y otras medidas en los juzgados.

Más de un 95% del total de respuestas que me entregaron coincidía en que el chico se enfadaría. Más de un 90% de las chicas aseguraban que Clara acabaría cediendo porque Juan se enfadaría y un alto porcentaje confesaba haber vivido una situación semejante.

Seguimos sin ofrecer una educación emocional y sexual válida y útil a nuestro alumnado. Aún hoy se considera que las edades tempranas de la adolescencia son muy jóvenes para tratar las relaciones sexuales y dejamos esta educación a expensas de internet: chicos aprendiendo y construyendo su deseo hacia las chicas a través de la pornografía, y chicas interiorizando de los anuncios publicitarios -entre otras fuentes- cómo ser mujeres deseadas, que no deseantes.

Nos alarmamos cuando descubrimos, entre nuestras generaciones más jóvenes, cómo las cifras de casos por violencia de género aumentan a un ritmo vertiginoso, pero no entendemos que los mensajes contradictorios que les enviamos producen actitudes reaccionarias entre ellos y ellas ante todo lo que se sale de las normas y las conductas que llevan interiorizadas por socialización. Los principios y valores sociales se transmiten a través de hechos: no se asimilan a través de conceptos, sino mediante la observación de las actitudes de quienes nos rodean (familia, escuela, iguales, medios de comunicación?). Mientras sigamos basando la formación en igualdad en charlas y talleres aislados, sin una continuidad y coherencia en el comportamiento conjunto de la sociedad, nuestros jóvenes seguirán dándole más valor a lo socialmente establecido como norma y seguirán pensando que esto de la igualdad y del «amor sano» nada tiene que ver con ellos ni con ellas. Así que les invito a que hagamos un ejercicio de autocrítica y coherencia, y a que pensemos seriamente en qué tipo de sociedad estamos dejando como legado a las nuevas generaciones.